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martes, 13 de marzo de 2012

La escuela de Carlos Miró

Se ha partido el pecho en traer a la isla dos magníficas coreografías del Premio Nacional de Danza Ramón Oller, y se ha dejado los pies en los escenarios mallorquines con su estupenda compañía Puntiapart. Además, es un emprendedor privado desvinculado de las subvenciones, sistema de financiación en los últimos estertores por estos pagos. No me digan que no es el ejemplo perfecto de gestor cultural que tanto predican los políticos que debe existir, pero en el que finalmente no creen porque la cultura, digan lo que digan, se las trae al pairo.

El gestor cultural perfecto del que me lleno la boca se llama Carlos Miró. Y, como recompensa a toda esta trayectoria de esfuerzo y genio, le van a cerrar la escuela de danza que ha montado por su cuenta en Alaró por no tener licencia. ¿Y ahora dónde bailará Miró?

Como muy bien declaraba anteayer el bailarín, "aquí vale menos el talento y los estudios que te falte un papel administrativo o que tengas un amiguete bien colocado para que te enchufe". Cuántas veces le deben haber pedido a Carlos, "¿de parte de quién has dicho que vienes?" Porque si no vienes de parte de alguien, el pueblo de esta isla debe hacer carrera por su cuenta. Pues en ésas está Miró.

Más que una escuela, el local que dirige es un centro cultural, una nave con un miniauditorio que tiene las puertas abiertas de manera totalmente gratuita para que otras asociaciones puedan utilizarla. En esa nave, han sucedido ya un par de cosas maravillosas. En primer lugar, las clases de danza a niños y jóvenes del municipio, una oportunidad más para formarse en la comunidad autónoma española que lidera el abandono escolar prematuro. Mientras los implicados en el sistema educativo isleño se devanan los sesos para explicar unos resultados penosos en su conjunto, el mensaje que se sigue mandando a los jóvenes cerrando lugares como éste es: "pasa de estudiar y métete en algo que te dé pasta ya mismo". Miró no crea comisiones de análisis y estudio sobre dicho fracaso educativo como hace el conseller del ramo. Miró actúa. Algo casi penado en esta isla.

Dos: en ese local se han ensayado las piezas del Premio Nacional Ramón Oller y las del propio Carlos, quien abría el centro un mes antes de recibir el Escènica al mejor bailarín por Moja Bieda. Y, tres: también estuvieron allí mismo los actores de La Impaciència ensayando su tercera pieza, La marató, multipremiada también en la misma gala que lo fue Miró.

Si bien es cierto que el local no cuenta con licencia de actividades, un detalle que es lo que realmente preocupa a los gestores de mis impuestos, ¿por qué los mismos no vieron ningún problema en levantar en el Conservatorio de Palma una hilera de aulas prefabricadas que sí llegaron cargadas de irregularidades? Y no me estoy refiriendo a un lavabo para impedidos físicos (con todo el respeto, pero del todo innecesarios en una escuela de danza), sino a que en esas casitas de plástico legales y con todos los papeles en regla no había danzarín que no se diera con la cabeza en el techo. ¿Quién fue el listo que las construyó a tan baja altura?

En la escuela de Miró nadie se golpea los sesos, porque Carlos no tiene un cerebro enclenque. Si el bailarín no ha pedido la licencia de actividades no es porque no quiera, sino porque conseguirla cuesta mucho dinero. Un dinero que tendría en su haber si el Govern y el Consell le pagaran los 8.000 euros que le adeudan por los espectáculos realizados. Si las administraciones le hubieran desembolsado sus honorarios, probablemente no estaríamos escribiendo este artículo.

Si valoramos el bien que hace el bailarín por la comunidad y el pueblo de Alaró, ¿no podría llegar el consistorio a un acuerdo con el coreógrafo mallorquín para mantener abierta la escuela? Que dejen a Carlos Miró hacer carrera por su cuenta, porque él no viene de parte de nadie.

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