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domingo, 29 de julio de 2012

La pegatina



La promoción de la lectura es un latiguillo político que, de momento, no ha servido más que para gastarse miles de euros en campañas publicitarias que no van a ningún sitio. La última la ha protagonizado Cort: como no tienen dinero para editar trípticos con capítulos de novelas como ya hiciera en la pasada legislatura el Govern, han tenido que pasarse a las pegatinas literarias en las ventanillas de los buses de la EMT. La medida es más ecológica, por supuesto, pero igual de inútil, y muy ingenua. Un amago de cubrir el expediente. Cansados de chorradas, libreros y editores participantes en la Feria del Libro de Madrid, que ha arrancado este fin de semana, han reclamado un consenso político y social sobre la importancia de la lectura.

Ante todo, aclarar que la lectura no es promocionable. No es una moto que haya que vender o el nuevo perfume que han fabricado para Navidad. Es un hábito, una conducta. Y su mayor ventaja, algo que todavía muchos no han descubierto, es que no necesitas a los demás para pasarlo bien. La excusa de que los niños no leen porque asimilan cualquier libro a un manual de clase, a una obligación escolar, no sirve. Y menos aún para los mayores, que en muchas ocasiones leen menos que sus hijos. La iniciación a la lectura de ficciones ha dejado de pertenecer al ámbito de lo doméstico para pasar a manos de los profesores, que en la mayoría de casos llevan a cabo análisis excesivamente gramaticales y lingüísticos de los textos, o a veces padecen absurdos planes de estudios con listados de lecturas obligatorias de claro carácter disuasorio (nunca nos obligaron en el colegio a leer a Bradbury, a Chandler, a Hammett o a Philip K. Dick). Los niños deberían aprender que la literatura revela secretos de las conductas humanas e iluminan mundos vigorosos. La literatura debería enseñárseles como si fuera un instrumento musical que deben hacer sonar con un sentido y una finalidad.

En segundo lugar, en el acto de leer, más que de promoción se debe hablar de contagio. El contagio puede darse por distintas vías. Primero, por imitación al prójimo. Ya que hablábamos de buses de la EMT y de transporte público, conozco a algunas personas que en Barcelona se han interesado por la literatura gracias al metro. En mi caso -yo era lectora a puerta cerrada-, nada más llegar a la ciudad, era incapaz de leer en el vagón cuando me trasladaba a la universidad. No era costumbre en Palma. Pero recuerdo aún la expresión enigmática y feliz de una mujer sumergida en un libro. Allí dentro debía de haber algo mucho más interesante que en los rostros de sus vecinos de asiento. Entonces obró el milagro: algunos de nosotros deseamos al instante ser Ella. Al día siguiente nos sacamos un tomo en el vagón sin miedo a ser acusados de pedantes. La segunda vía para contagiar la lectura es a través de los buenos lectores -no todos los profesores lo son-, y su conversación. Por eso creo que los miles de euros de las campañas institucionales deberían destinarse a contratar a los mejores lectores para las escuelas y las bibliotecas. Pongamos un buen lector en cada escuela de Mallorca. 

Hoy en día la literatura es como la amistad: la cultivamos poco y mal. Los amigos andamos proponiendo cenas y encuentros que no llegan a producirse, así como compramos o nos regalan libros que simplemente favorecen debajo del brazo. Y si te he visto no me acuerdo. De verdad que así vamos mal. Si la literatura es la pegatina que contiene las instrucciones de uso de la vida, creo que deberíamos vivir para leer. ¿No creen?

*Publicado en "Diario de Mallorca" el 27 de mayo de 2012

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